Reducir a Tokio Hotel como un mero fenómeno fan es, cuanto menos, injusto. Los alemanes anoche dieron una lección de cómo ser jóvenes y saber ofrecer un buen espectáculo musical. Y no sólo para los 7.500 seguidores congregados en el Palacio de los Deportes de Madrid, después de hechizar a 6.000 más en Barcelona.
A las nueve en punto se ponía punto y final a la larga espera. Arrancaba el ansiado momento para muchos que, desde el pasado octubre, habían comprado sus entradas y para otros, que han gastado sus vacaciones de Semana Santa acampando a las puertas del auditorio. A partir de las nueve se desataba la locura. Se iniciaba el concierto con la apertura de una cápsula gigantesca de la que emergía (como un nacimiento/comienzo simbólico) Bill Kaulitz, enfundado en un traje negro futurista y luciendo su nuevo look. Atrás queda la corriente Visual Kei, ahora su estética es puro futurismo, imagen andrógina, humanoide. Es lo que pesa sobre el escenario, pese al aspecto urbano del resto de la banda.
Pero el concepto visual del espectáculo a base de luces, fuego y proyecciones abstractas mezcladas con imágenes reales (como las del muro de Berlín) no es más que un impresionante marco para lo que de verdad les gusta hacer, música. Los 19 temas del repertorio viran desde el pop punk (constante de la formación), al rock comercial de su segunda época o al sonido más electrónico del último disco. Todo ello con ese aire romántico Emo que hace que la propuesta de estos Tokio Hotel nos evoque a lo último de The Rasmus, aunque aleje de sus paisanos Rammstein.
En cualquier caso, el directo es potente y convence en forma y concepto. Bill se salió con la suya, quiso que el público disfrutase del show, lo pasase en grande y que Everybody sing with me. Desde Human a World behind my wall, pasando por Ready, set, go y el incendiado y espectacular Humanoid sin dejar sus Archicoreados, Automatic, Screaming o Monsoon.
Sin lugar a dudas y al llegar al final, la sensación que deja hace que te reafirmes en la idea de que la espera haya merecido la pena.
A las nueve en punto se ponía punto y final a la larga espera. Arrancaba el ansiado momento para muchos que, desde el pasado octubre, habían comprado sus entradas y para otros, que han gastado sus vacaciones de Semana Santa acampando a las puertas del auditorio. A partir de las nueve se desataba la locura. Se iniciaba el concierto con la apertura de una cápsula gigantesca de la que emergía (como un nacimiento/comienzo simbólico) Bill Kaulitz, enfundado en un traje negro futurista y luciendo su nuevo look. Atrás queda la corriente Visual Kei, ahora su estética es puro futurismo, imagen andrógina, humanoide. Es lo que pesa sobre el escenario, pese al aspecto urbano del resto de la banda.
Pero el concepto visual del espectáculo a base de luces, fuego y proyecciones abstractas mezcladas con imágenes reales (como las del muro de Berlín) no es más que un impresionante marco para lo que de verdad les gusta hacer, música. Los 19 temas del repertorio viran desde el pop punk (constante de la formación), al rock comercial de su segunda época o al sonido más electrónico del último disco. Todo ello con ese aire romántico Emo que hace que la propuesta de estos Tokio Hotel nos evoque a lo último de The Rasmus, aunque aleje de sus paisanos Rammstein.
En cualquier caso, el directo es potente y convence en forma y concepto. Bill se salió con la suya, quiso que el público disfrutase del show, lo pasase en grande y que Everybody sing with me. Desde Human a World behind my wall, pasando por Ready, set, go y el incendiado y espectacular Humanoid sin dejar sus Archicoreados, Automatic, Screaming o Monsoon.
Sin lugar a dudas y al llegar al final, la sensación que deja hace que te reafirmes en la idea de que la espera haya merecido la pena.
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